
El aroma de la naranja desnudándose de su piel, enseñando al mundo su mundo de dulzura, un poquito ácida como para no empalagar, como para llenarnos de su frescura y su sabor.
El viento que me roza la cara, que juega con mi pelo, me despeina y me vuelve a peinar, me susurra al oído las historias de sus recorridos por el mundo, de todos aquellos con los que se ha encontrado.
La belleza de una florecita blanca, sencilla y pequeña entre la hierba de un potrero que me hace pensar en que la felicidad es exactamente eso; es encontrar entre los diminutos detalles una sonrisa.
Tu alegría indescriptible cuando tocas tu guitarra, la armonia perfecta entre la pasión y la genialidad. Cierro los ojos y me llevas a otro lugar donde solo existimos tu y yo.
Y yo aquí, sentada en mi habitación, buscando palabras para describir el mundo, y me doy cuenta que el mundo es poesía, que en cada rincón hay un verso. Y mueren atardeceres y flores, y mueren poemas como caminos polvorientos que no llegan a ningún lugar, esperando y esperando alguien que se atreva a intentar plasmarlo en una hoja de papel.